Para Mabel Monroy

Niña, qué dicha

haber sido tu hijo.

*

Mucha madre tuve,

lo abarcabas todo.

*

Amor a tus hijos

derrochaste.

*

Hoy me hablaron,

dijeron habías muerto.

*

Ahora por vez primera

siento tu ausencia.

*

Y así, ausente,

sigues abarcando todo.

*

Me faltas,

nunca me había faltado nada.

*

No sabía ¿qué era?,

que te faltara alguien, algo.

*

Hoy lo sé.

Ya ves mamá, estás en otro lado.

*

Y aquí sigues, enseñando

un par de cosas a tu hijo.

10 de mayo de 2020

Nota: texto publicado originalmente en el número 43. Julio – agosto, 2020, de la revista El Comité 1973.

Semblanza de Mabel Monroy*

Nació en Tulancingo, Hidalgo, en 1960. Tuvo una infancia feliz, en compañía de hermanos varios y de sus padres. Su juventud se vio ensombrecida por la muerte de su padre –muerto de un infarto-. Se casó ante los ojos de Dios y de los hombres. Vivió la mayor parte de su vida en Pachuca, Hidalgo. Ciudad de la que gustó mucho. Fue administradora. No por título universitario, sí por administrar de manera espléndida, su casa y sus negocios. No desdeñaba la cocina, cocinaba sabroso, con el sazón de su madre, acaso perfeccionado. Le sonreía a la gente. Sincera era su sonrisa, y la gente le devolvía el gesto.

Mabel Monroy, -Mabe- como le gustaba le dijeran de cariño, fue una orgullosa madre de dos hijos, ambos varones. Dio amor, y mucho, a sus padres, a su esposo, a sus hijos. De todos fue correspondida.

¡Qué esposa para su esposo!

¡Qué hija para sus padres!

¡Qué mamá para sus hijos!

*Mabel Monroy Fragoso (Tulancingo, Hidalgo, 23 de octubre de 1960-Pachuca, Hidalgo, 10 de mayo de 2020). Semblanza realizada por su hijo, Meneses Monroy. 6 de agosto de 2020.

EL SECRETO*

Por: Meneses Monroy

Lucía sabía que a sus 36 años era apremiante tener hijos, pues no quería que nacieran con alguna enfermedad o malformación. Sin novio des­de hacía meses; en la víspera de su cumpleaños 37, probó su mejor vestido y se dirigió a un bar lejos de casa. Delgada como siempre, pero con un brillo inusual en los ojos, irradiaba sensualidad. Bebía piña colada sin alcohol. Intercambió miradas con dos hombres que le atrajeron, sentados en distin­tas mesas; ellos tendrían alrededor de treinta años.

Uno de ellos, Raúl, llegó a su mesa, co­quetearon, él se animó a besarla. Lucía, fue al baño. Al salir, Raúl la esperaba, la condujo al baño de hombres y la hizo suya. Apenas termi­naba aquello, los amantes, sin darse dirección o teléfono, se separaron. Lucía, pidió la cuenta. Ja­vier, se acercó a ella diciendo de manera tímida «Te vi desde hace un rato… pero, no me anima­ba a hablarte…». Ella, sintió cierta ternura. Pla­ticaron unos minutos e intercambiaron teléfonos.

Días después, Javier la invitó a salir. Se casa­ron a los pocos meses de conocerse. De la boda hace ya 25 años; dos lindas hijas son producto de tal unión. En sus bodas de plata, mientras un familiar brin­da por los novios, Lucía recuerda el momento en que conoció a su esposo y los minutos previos, no sin cierta vergüenza. Pero ese, es su secreto.

Javier, igual recuerda cuando vio por vez primera a Lucía, y como coqueteó con él y con el otro, que la abordó primero. En su cabeza pasan las imágenes de encontrar­se en el baño y ver a Lucía, entregada al otro. Recuerda, que de cierta forma, la rabia que sin­tió al presenciar el acto, contribuyó a vencer sus inseguridades y a acercarse a ella. Recuerda tam­bién, los días siguientes, el deseo por ella. El ha­ber comprado y servido el té que desembarazara a Lucía en caso de estarlo y como, al llevarla al hospital por un fuerte dolor en su vientre, se ganó para siempre su confianza y cariño. Pero ese, es su secreto.

*Texto publicado originalmente en el número 2. Octubre – noviembre, 2012, de la revista El Comité 1973 (publicación indexada al catálogo de revistas de arte y cultura del CONACULTA).

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